Renovación o muerte

¿Qué tienen los viajes que producen tanta alegría? Aún el más breve sugiere algo a modo de renovación o de muerte.

Alejandra Pizarnik. 1956.

Hace un mes viajamos con mi novio a una isla a 680 km de casa, ha sido lo más cercano que he estado del paraíso. Después de casi dos horas de vaivén a bordo de un barco y cuarenta y cinco minutos más de camino llegamos al mar; la arena rubia como polvo de oro, el agua turquesa, la calma de su marea como quien respira tranquilamente.

Nos sumergimos en el agua más transparente que mis ojos han visto, en palabras de la poeta, con cada viaje nos renovamos, y así lo sentimos en ese mar que a pesar de tanto visitante que se baña en él, mantiene su tranquilidad y su belleza. Salir de ese baño como quien sale puro y maravillado de las grandezas que se ven dentro: los arrecifes, peces, estrellas de mar, etc y es que hacer snorkel ha sido de las experiencias más lindas que he vivido. Es un mundo diferente ahí abajo, como un cuadro con una composición perfecta, todo hace sentido como si fuera la pieza maestra de un gran artista; es una obra de arte que vive dentro de otra.

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Decidimos sentarnos frente al enorme mar turquesa, cuando conocimos a esta chica argentina con su mochila en la espalda; nos contó de su recorrido hacia Costa Rica mientras me mostraba las pulseras que habían hecho a mano con su novio. Nos habló de su paso por Guatemala, de las maravillas que visitaron, de los tipos de piedras que conocían y consiguieron en mi país. Y es que viajar te hace experimentar, abrirte a nuevas personas, conocer sus historias, apreciar las habilidades de otros y lo bonito que cada estilo de vida tiene.

Decidimos caminar hacia el lado Oeste de la isla, lo hicimos a la orilla del mar por un par de horas hasta que el sol nos anunció con su dorada luz que había llegado su momento de partir; lo vimos esconderse tras el horizonte, iluminando los barcos, el agua y a nosotros mientras se despedía. Su luz y su calor nos quemó la piel, nos sentimos vivos y enamorados; éramos los únicos dos en ese pedazo de arena frente a algo infinito, no pude evitar pensar en el libro de Bioy Casares y en el protagonista solo en una isla, enamorado de Faustine:

Mira los atardeceres todas las tardes; yo, escondido estoy mirándola. Ayer, hoy de nuevo descubrí que mis noches y días esperan esa hora.

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Regresamos al hotel, nos refrescamos y salimos a degustar la cena: paella, mariscos y todo lo que no disfruto regularmente en mi cotidianidad. Mientras cenábamos vimos el show de fuego de un artista de largas rastas canadas y otro más de unas mujeres garífunas hermosas y prominentes. Terminamos de cenar y decidimos caminar, esta vez viendo hacia el cielo y es que si algo he heredado de mi papá aparte del gusto musical y el carácter, es su interés por ver el cielo. Disfrutamos una de las noches más estrelladas que nuestros ojos han podido ver. Mientras descansábamos quietos en una silla de playa sentíamos como la Tierra giraba, como las nubes escondían estrellas y descubrían otras, ¡cuanto brilló Marte esa noche! Nos quedamos un momento más compartiendo historias, silencios, sueños, planes y piñas coladas; regresamos a nuestra habitación con la convicción de que el cielo también es infinito.

Estuvimos pocos días, pero cada uno nos ayudó a reconectarnos con nosotros mismos; como pareja y como creación y es que en la rutina, entre los carros, el ruido de la ciudad, la descortesía, la prepotencia se nos olvida que también somos naturaleza y que venimos siendo una minúscula parte en un mundo de infinitas maravillas.

Ahogué en esas aguas una serie de emociones, dudas y miedos; por eso me parece tan acertada Pizarnik cuando escribe que todos los viajes sugieren algo a modo de renovación o muerte. Regresé a casa con el corazón hinchado de tanto amor y con la convicción que la vida es salir a descubrir qué cosas nos hacen sentir vivos y nos hacer ser plenamente felices.


Libros:

  • “Diarios” de Alejandra Pizarnik.
  • “La invención de Morel” de Adolfo Bioy Casares.