Los últimos veintes

El jueves cumplí 29 y como en los últimos nueve años mi celular recibió la acostumbrada pero siempre especial llamada a media noche de mi novio, es totalmente predecible, como un hábito, pero sé que si llegase a faltar, la extrañaría. Este año tuvo un mayor significado, él vive fuera del país así que a falta de que sus brazos me envolvieran fuerte,  fue su voz la que lo hizo.

Volví a despertar por las voces de mi familia que me cantaron las mañanitas, recibí besos, abrazos, bendiciones y buenos deseos. Me levanté a bañar, al salir mi teléfono tenía mensajes y memes de amigos, reí mucho con algunos de ellos. Salí de casa, mi carro no arrancó, después de varios intentos lo logré, ¿la batería? no lo sé, como es costumbre ya iba en contra del reloj así que pensé: “es mi cumpleaños, no puede pasarme nada tan malo como que me falle el carro en el tráfico de la ciudad”, así que me fui.

Llegué al trabajo, los de mi oficina me recibieron con abrazos de felicitación y también con problemas, así empezó mi día laboral. Me llevaron a almorzar, comí una hamburguesa gigante que me dejo sin poder respirar, con la panza llena llegó la tarde, no logré salir en punto como hubiera querido, el tráfico de la ciudad también me abrazó, entre buses, carros y motos llegué a mi casa. Primos, amigas, papás, hemano, abuelita, me esperaban para platicar y comer pastel. Mi mamá lo sacó de la refrigeradora, pusimos las velitas, muchas para que se viera iluminado, se pusieron todos a mi alrededor y empezó el momento más incómodo del año “cantar el feliz cumpleaños” ese momento en donde no sé si aplaudir y cantar con los invitados, solo sonreír, o qué hacer, todos me miran y yo no sé a donde ver, a sus caras, a las velas, al pastel, nunca he sabido qué hacer, al fin escuché: “…25, 29!!” soplé, no se apagaron todas de un solo, volví a soplar, volvieron a aplaudir.

Y fue así como le di la bienvenida a los últimos veintes, sonrojada, abrazada, celebrada y amada.