Viajar sola me hizo dulcemente fuerte.

Este año cumplí 30 y como cada cinco años nos ocurre a la mayoría, sentí que era el final de una etapa y el comienzo de otra. Tomando eso como excusa y agarrando impulso por otras razones, en marzo compré mi boleto para viajar a Nueva York, esa ciudad había sido el #1 de mi bucketlist, todo en ella me entusiasmaba, sus calles, la gente, su arquitectura, sus museos, la comida, las luces, TODO! Tenía una especie de enamoramiento con ella y deseaba conocerla en otoño así que busqué una fecha en octubre y aprovechando el precio de la feria de viaje en la que estaba, lo compré.

Cuando me dieron la confirmación de los vuelos, sentí satisfacción pero también miedo, era la primera vez que estaría completamente sola en una ciudad desconocida y eso me sacaba totalmente de mi zona de confort, con mayor razón debía hacerlo.

En junio empecé con la planificación, leí mucho sobre la ciudad, su gente, cómo movilizarse, etc. Listé las atracciones que visitaría, marqué las prioritarias e investigué la mejor forma de visitarlas,  me apoyé en un blog que descubrí y que hoy después del viaje agradezco haberlo leído completo. Tomarme el tiempo para hacer eso, me llenaba de emoción, era yo decidiendo qué hacer con mi tiempo sin tener que compartirlo con nadie y cumpliendo uno de mis sueños.

Siete meses después de comprar el boleto, llegó el día. Salí de Guatemala por la mañana y aterricé en NY pasado de la media noche. Cansada y sola, el primer reto fue tomar el taxi para Manhattan, sí, tomar taxi, esa fue la primera lección, me di cuenta que los miedos que me invaden en mi país están tan arraigados en mí que la idea de tomar un taxi en la calle siendo mujer sola a horas de la madrugada me hacía sentir incómoda y con miedo, tomé un momento y tristemente pensé: “No estás en Guatemala”. Me subí al taxi y conocí a Michael, un taxista joven y robusto procedente de Ghana, lleva ya varios años viviendo en la ciudad, me contó de los viajes a su país para visitar a sus papás, del tráfico en NY, de los precios de las viviendas y así transcurrió el viaje, fue fácil sentirme cómoda, hablamos mucho, tanto así que no sentí los casi 45 minutos hasta que llegamos a mi hotel.

En ese primer encuentro con la ciudad decidí dejar atrás los miedos que no pertenecían a ella, los que llevaba en mí y que de no hacerlo no disfrutaría el viaje a plenitud. Esa primera noche, dormí tranquila.

Desperté y cerca del hotel donde me hospedé está el MoMa, por lo que fue lo primero que visité. Para los que me conocen, saben que Van Gogh y su obra representan una gran inspiración para mí, creo firmemente que el impresionismo es mi vanguardia favorita gracias a él. Por lo que cuando llegué a la sala donde se encuentra “The Starry Night” y pude verla con mis propios ojos fue un sueño hecho realidad, la he visto y estudiado muchas veces a través de los libros, pero en definitiva no se compara en absoluto con la fuerza y con las emociones que despierta estar parado frente a ella.

Starry Night. Vincent Van Gogh. MoMa. NY. Oct 2017.

El museo de arte moderno fue el primero de tres museos que visité en mi estancia por Nueva York, me senté frente a varias de obras en silencio, tratando de identificar lo que me hacía sentir cada una de ellas. A pesar de estar rodeada de muchos otros visitantes, la experiencia la viví en solitario y salí de cada uno de esos recintos llena de paz.

El tercer día tenía planificado hacer un tour a pie por el puente de Brooklyn, llegué al punto de reunión donde varios extraños, extranjeros en la mayoría, coincidimos. Nuestro guía de descendencia puertoriqueña nos acompañó por casi 4 horas, caminamos sobre el puente, visitamos las casas donde alguna vez vivió Truman Capote, Norman Mailer, Henry Miller, Marylin Monroe y otros. Me encantó recorrer las calles de esa ciudad, sin duda es uno de los momentos más especiales del viaje.

Al finalizar el tour un grupo que había llegado de California me invitó a comer con ellos en una de las pizzerías más famosas de Brooklyn, comimos, hablamos; me contaron de la frustación que sienten por su presidente, les conté de la mía, hablamos de postres, de ciudades, de muchas cosas. Me dí cuenta que socializar alrededor de una mesa siempre es agradable.

Terminamos de comer, nos despedimos con un abrazo y regresé a la isla caminando nuevamente sobre el puente, entre familias, parejas, bicicletas y artistas.

Brooklyn bridge. Brooklyn. Oct 2017.

Así transcurrió el viaje: me senté en Central Park a ver los barquitos y a la gente pasar,  vi un juego de los Yankees en pleno Rockefeller Center, subí a los rascacielos, comí hot dogs en la esquina frente a la Catedral de San Patricio, subí a la terraza de mi hotel con una cerveza, audífonos y mi libro de Carol Zardetto, me senté en la barra de un bar a ver otro juego de los Yankees; esa noche platiqué con Olga, una española de quien escribiré un post. Comí una pasta a la vodka en Little Italy, caminé, caminé y caminé. Vi a las ardillas andar libremente por el parque, canté “Hey Jude” en el memorial de John Lennon. Le expliqué a dos hindúes que Guatemala no está al sur de Costa Rica y a un puertoriqueño que Tegucigalpa no es la capital de mi país (¿Qué pasa con la geografía en esos países?), perdí $100 en el puente de Brooklyn, vi a tres novias con sus vestidos de boda, compré dos libros, probé tres cervezas nuevas, comí la pizza más grasosa de mi vida en Time Square, lloré dos veces, extrañé a mis seres queridos, pero también sonreí mucho y sobre todo fui feliz.

Pasé una semana conmigo misma, rompiendo barreras mentales, conociéndome, queriéndome,  debatiendo entre lo que soy y lo que  quiero ser, reconociéndome cómo una mujer valiente.  Sintiéndome empoderada, dueña de mí, de mis pensamientos, mi tiempo, mi cuerpo y todo lo que me hace ser Yo. Regresé a casa llena de paz, siendo más fuerte pero también más sensible.


Antes del viaje, pedí en mi cuenta de Twitter que las mujeres que habían viajado solas me compartieran en una frase algo positivo de su experiencia:

“Te conoces y aprendes a estar contigo y con tus pensamientos. Después querés repetirlo una y otra vez.” –  @platiCafemos

 

“Es bonito viajar sola. :)” – @amaranto_

 

“Al viajar sola puedes convertirte en tu propia mejor amiga. Invitarte a cenar, vivir a tu propio ritmo y escucharte. Es genial.” – @lucialeongt.

 

“Aprendí a dejar atrás los miedos, a observar más, a romper paradigmas, a conocerme y disfrutar más de mi”. – Cinthia.

 

“Viajar no es solo comprar un boleto a una ciudad extravagante, también involucra pequeños viajes solitarios en paz.” – @SBurckhard

 

“Te da la oportunidad de conocerte, de saborear la verdadera libertad y de sentir que cualquier cosa puede suceder, es abrirse sin miedo.”  – @liberalucha.

 

“Viajar sola no resulta fácil, tampoco es imposible. Se eleva el valor y se diluyen tus fronteras mentales.”  – @SBurckhard

 

“Sentarse en la plaza o mercadillos a saborear tu café o té sólo viendo pasar a la gente…escribe y toma nota de lo que quieras recordar…” – @NancyVir

 

“Viajar sola es uno de los placeres de la vida, aprendes a estar con la persona que te ha acompañado siempre y quien seguirá haciéndolo.” – @olgafrojas

Lo hice para encontrar fuerza en sus letras y saber que no estaba sola. ¡Gracias por compartirlo conmigo!